miércoles, 18 de enero de 2012

Agrobiodiversidad, el plato estrella

Pidamos a la carta, o pidamos menú, da igual. Nos van a servir  agrobiodiversidad, la biodiversidad que se come. Hoy día cultivamos unas ciento cincuenta especies. Pero doce de ellas y cinco especies animales cubren el 70 por ciento de las necesidades alimenticias de la humanidad. 

Y, si seguimos afinando, concluiremos que cuatro vegetales (patata, maíz, arroz y trigo) y tres animales (vacas, cerdos y pollos), nos proporcionan la mitad de nuestras necesidades calóricas. A primera vista, estos datos parecen sólo una estadística más pero, tras ellos, se esconde una realidad poco tranquilizadora. Porque resulta que, desde que el ser humano se iniciara en tareas agrícolas, hace unos 10.000 años, hemos utilizado más de 7.000 especies para alimentarnos.
Este empobrecimiento en la variedad de nuestro sustento encierra riesgos en materia de seguridad alimentaria y limita la efectividad de la lucha contra el hambre. Según la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), desde el inicio del siglo XX se ha perdido alrededor del 75 por ciento de la diversidad genética de los productos agrícolas.
Por ejemplo, en el informe La Situación del Mundo 2005, editado por el Worldwatch Institute, se afirma que en 1949 se cultivaban en China 10.000 variedades de trigo, frente a 1.000 en los setenta. Y en México se emplea hoy sólo el 20 por ciento de las variedades de maíz descritas en 1930. En cuanto a las razas ganaderas, durante el Siglo XX desaparecieron unas mil, de las cuales alrededor de trescientas se extinguieron desde 1990.
Mantener la diversidad genética de nuestras razas agrícolas y ganaderas es fundamental. No sólo constituye parte del patrimonio cultural, sino que cuanta mayor variedad haya, menor será el riesgo de que los parásitos y el cambio climático puedan destruir cosechas enteras. Es lo que ocurrió en 1970, cuando el hongo de la roya atacó el maíz en EE.UU reduciendo la cosecha a la mitad. La solución al problema provino de una variedad de maíz mexicano resistente a la roya, que fue cruzada con las estadounidenses. El modelo de agricultura intensiva no es ajeno a esta historia. “A finales de los noventa, los agricultores franceses empezaron a notar que algo faltaba en sus campos: era el zumbido de las abejas. En Francia, cientos de cultivos, desde las manzanas hasta las judías verdes, dependen de las abejas para su polinización. (…) el culpable era un compuesto denominado imidacloprid, un ingrediente del insecticida de alto espectro Gaucho”.
Este episodio se recoge también en La Situación del Mundo 2005. La desaparición de las abejas no es exclusiva de Francia, sino que afecta a buena parte del planeta.
La producción a escala industrial de semilla puede agravar el problema
Los grandes fabricantes de semilla transgénica están logrando expandir este tipo de variedades que, tras su germinación y desarrollo, no producen semilla fértil. De esta manera, la diversidad de especies y variedades va quedando en manos de multinacionales, que son las únicas con capacidad para investigar y poner en el mercado organismos genéticamente modificados. Los agricultores, por su parte, deben volver a comprar semillas a esas empresas. Además, ya ha habido casos de contaminación de variedades no transgénicas por polen transgénico, lo cual es especialmente perjudicial para la agricultura ecológica, cuyas normas de comercialización no permiten la presencia de trazas de transgénicos.
Para proteger la diversidad agrícola se han establecido grandes bancos de germoplasma en todo el mundo. Tales bancos conservan cerca de 1,5 millones de muestras únicas de cultivos alimentarios y sus parientes silvestres; sólo de arroz se conocen unas cien mil variedades.
Pero la FAO ha llegado a la conclusión de que la mayoría de los países en vías de desarrollo no tienen recursos humanos ni materiales para acceder a estas fuentes genéticas y llevar a cabo a partir de ellas sus propios programas de mejoramiento y adaptación a su suelo y clima. Por ello se han  creado el Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura y el Fondo Mundial para la Diversidad de Cultivos. Sus objetivos son, respectivamente, la conservación y el uso sostenible de la agrobiodivesidad vegetal y la constitución de un fondo de 260 millones de dólares para contribuir a la conservación y distribución de las colecciones de los bancos de genes.
Por otra parte, en septiembre de 2010 se celebró en Córdoba el Seminario Internacional sobre Agrobiodiversidad. Según el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, este Seminario, convocado en el contexto del Año Internacional de la Biodiversidad y como contribución a las conmemoraciones del Día Mundial de la Alimentación, “quiso destacar el papel de la biodiversidad agrícola como base para la seguridad alimentaria, la lucha contra el hambre y como amortiguadora de los efectos previstos del cambio climático”.
Artículo elaborado por Miguel Á. Ortega

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